miércoles, 23 de junio de 2010

Hombre corriendo

martes, 15 de junio de 2010

El Bicho Negro

Esto es del año pasado. Una historieta rara con este bicho que medio inventé (porque no estoy muy seguro de dónde copié algo del aspecto que tiene. Capaz de Disney). Tengo la impresión de que no se entiende una mierda mi letra cursiva, y que la situación no ayuda mucho. Igual la subo, lo tenía olvidado al blog. Ah, esto de aquí abajo se lee en columnas.

sábado, 12 de junio de 2010

Dr. House

Bueno, esto es muy viejo. Data del 2006, en ese momento todavía no se habían hecho tantos chistes con House y creo que esto era más gracioso. O más sentido, no sé.


martes, 1 de junio de 2010

El hombre que empequeñecía hasta desaparecer

Un ejercicio para la clase de Taller de Escritura Creativa. A partir del título que da nombre a esta entrada, había que escribir un "algo". Helo aquí:

El hombre que empequeñecía hasta desaparecer.

El hombre que empequeñecía hasta desaparecer trató de alcanzar el siguiente estante con una mano temblorosa. Oscilaba expectante, colgado de un arnés. Recordaba cuando le habían explicado que a medida que pasara el tiempo, le sería más difícil llegar a los libros de más arriba, y que por eso le convenía dedicarse a otras actividades de ocio. Pero él no se rendía. Leer era una de las pocas cosas que lo alejaban de su vida real, sino la única. Terminó de escalar la estantería hasta donde podía, y miró hacia abajo. “Hace un mes fueron sólo dos metros” pensó”Hoy ya son cinco”. Miró a su izquierda, donde unos cuantos libros, todos más altos que él, se apoyaban contra la pared, y sonrió triunfante. Pero luego levantó la vista. En la fila de arriba, un libro mal ubicado sobresalía del resto, más allá del borde de la estantería, a una distancia fácil como para empujarlo hacia el suelo. Habían pasado varios meses desde que tomara un libro o lo cargara encima suyo, porque ya no podía aguantar el peso. El hombrecito se acercó, con cautela. Se puso debajo del volumen. Lo miró. Creyó leer “Kafka”, pero cuando el manotazo terminó de acercar el enorme ejemplar, durante un brevísimo instante, leyó con claridad: “Kant”. El libro ya caía en picada, cuando el hombre comprendió que esa noche le tocaría leer filosofía. No podía seguir subiendo mucho más, y todo lo que tenía debajo ya lo había leído. Además prefería no sacar más cosas de la biblioteca, porque luego sería el doble de trabajo devolverlas. Se esforzaba, sí, pero no quería vivir también a merced de sus gustos. “Kant será, entonces”, se dijo mientras se deslizaba por la cuerda.
Al llegar al suelo, caminó hacia el volumen, que había aterrizado parado, y lo empujó para que cayera con la tapa contra el suelo. Miró a su alrededor, buscando algo. No podía leer sin aquello. Empezó a deslizarse, por si chocaba con el objeto en la penumbra a la que no llegaba la luz de la vela encendida, que como un faro dominaba desde el centro toda la habitación. Se abrió paso por el cuarto, entre las diminutas escaleras que descendían desde lo alto de cada mueble, y los cubos de madera sobre los que se subía para leer. Chocó con algunos pesados volúmenes que le había sido imposible volver a subir y reubicar. Había estado a punto de matarse tratando de alzar “Crimen y castigo”. Consideró que a ciertos escritores era mejor dejarlos tranquilos.
Creyó que habría perdido el rastro de lo que buscaba, pero un reflejo de la vela a unos centímetros suyos le mostró dónde estaba el objeto. Fue hasta él y lo arrastró hacia la luz, revelándolo: una enorme lente, sostenida por pequeños brazos de metal y un trípode de madera con rueditas. Lo llevó hacia el libro y lo dispuso de manera tal que achicaba lo que se veía a través de él. Luego tanteó alrededor, y con ambos brazos y bastante fuerza, atrajo para sí una pinza más grande que él, que dejó al lado suyo. Se colocó frente al libro, y levantó la tapa empujando para arriba con las dos manos. El libro se abrió. El hombrecito consideraba un triunfo llegar sólo hasta ese punto. El esfuerzo y sacrificio que le suponía leer cada libro, se veía recompensado al empezar a leer otro, aunque luego tuviese que devolverlo. Tomó la pinza y corrió la primera página. Se subió a uno de los pequeños (cada vez más) cubos de madera que usaba para ponerse a la altura de los libros. Corrió unas páginas más hasta que empezaba el texto. Acercó la lente con la pinza y empezó a leer. Movía la lente a medida que avanzaba en la lectura. Leía en silencio, disfrutaba cada oración como si fuera la última.
Todo era paz en la habitación. Nada tapaba la luz de la vela, ni polillas ni pelusas. Sólo se oía, cada tanto, la pinza sobre el papel, la hoja pasando. Muñecos despojados de su ropa miraban a la nada desde varios rincones, y una flor sin agua hace semanas se secaba encima de una silla. La vela se fue consumiendo y dejando el cuarto cada vez más a oscuras. Ya se hacía difícil leer. “Bueno, un rato más y a dormir”.

El hombrecito pasó la página, pero antes de que la hoja aterrizara, ya no había nadie leyendo.